Pasan las horas y ando ensimismado en mis pensamientos, inmerso en la nada, ausente de la realidad para no sufrir las consecuencias de la inanición. Hace ya días que no pruebo bocado. He intentado ser todo lo humano que me es posible, pero como todo ser, el hambre puede conmigo. Ya es la hora, es el momento de dejar paso a mi verdadero yo. Mis instintos gritan con ansia, pero aún sigo siendo dueño de mis actos. Tengo paciencia, pero ya es momento de darla de lado. Divirtámonos, hagamos de la noche una fiesta, una gran bacanal en la que saciar a la par mi hambre y mi ego. La cuestión de todo esto es que no es únicamente una necesidad. Desde luego es lo más importante, pero subyace algo más, algo que me hace sentir vivo, algo que me posee, algo que invade todo mi ser y hace que me divierta tanto que simplemente me dejo ir hasta el límite para que la experiencia sea aún más gratificante. La plenitud de mi ser, la vida en la muerte, la muerte de la vida... que eterna contradicción y que enorme diversión.
Ya es tarde y son varios los capullos que han pasado por aquí mofándose como los cobardes que son, en grupo y a una distancia prudencial. El último encuentro ha sido el más prometedor, estoy seguro que de ahí saldrá algo bueno. Un grupo de chicos y chicas han estado insultándome desde la propia entrada del callejón. En respuesta a un gruñido mío sin sentido, han empezado a escupirme y me han tirado una botella de cristal mientras salían despavoridos gritando y riendo. La botella se ha hecho añicos en la pared, justo al lado de mi cara. He tenido que esquivarla y al hacerlo he perdido el equilibrio teniendo que apoyar ambas manos en el suelo. Es por ello que me he cortado profundamente en la mano izquierda. La sangre brota sin cesar. Los orines y la mierda que me rodean se funden con la sangre que fluye viva y muerta. Para ser sinceros no siento dolor. El único problema es la visión que me produce mi propia sangre. Mi corazón se acelera, mi hambre aumenta y la paciencia desaparece. Estoy seguro que alguno de estos cabrones volverá y cuando esto ocurra seré feliz.
- ¿Se encuentra bien señor? - me giro hacia la voz y compruebo que es una de las chicas que iba con el grupo. Ahora que me percato, esta en concreto permaneció en silencio y a distancia. Lo que más me sorprende de todo es que no haya sido capaz de darme cuenta de que aún seguía ahí.
- Lo siento de veras, son unos capullos y cuando beben no saben lo que hacen - intenta disculpar a sus amigos, pero no conseguirá nada con ello. Se acerca y se da cuenta del estado en el que me encuentro. - ¡Dios mío, está sangrando! Voy a llamar a una ambulancia...
- ¡No! - le grito antes de que se marche. Ha sonado algo desesperado, por lo que intento calmarla - No te preocupes, es solo un arañazo.
- ¿Pero que dice? Si no para de sangrar
- De veras, estoy bien. Hazme el favor y no llames a nadie - le digo sin apartar mis ojos de los suyos. Parece caer en mi red. Sus nervios desaparecen y una calma inusual se abre paso. Siempre funciona, es un don del que me siento orgulloso.
- Por lo menos déjeme ayudarle - se acerca a mi mientras busca algo en su bolso. Saca un pañuelo de tela y se agacha mientras coge mi mano. La verdad es que no me esperaba esto, no salgo de mi asombro. Parece no tener ningún repudio hacia mi, un desconocido maloliente y asqueroso. Siento sus manos cálidas, su respiración, el olor a dulce que desprende su piel. La estudio detenidamente y por primera vez me percato de que no es simplemente una cara bonita. Hay algo en ella que me asusta y que no puedo controlar. Intento quitarme esta sensación de encima y me centro en el hambre, en la ira, en el dolor...
- Por lo menos ha sido un corte limpio - me dice mientras limpia la sangre con delicadeza. - Yo, si fuese usted, iría a que me viese un médico. - Me siento aturdido y por primera vez soy incapaz de centrarme en lo que más deseo.
- No, no hace falta, no te preocupes, estaré bien - le respondo a trompicones y me sorprendo por ello. No me reconozco y eso me asusta ¿Que me está pasando? Su olor cada vez me penetra más adentro, tanto que algo parece atarme de pies y manos.
- ¡¡¡Geraldine!!! ¿Que coño estás haciendo? - uno de sus amigos, justamente el que tiró la botella, aparece por el callejón en su busca.
- ¡Le habeis herido con vuestros estúpidos juegos! - le reprocha. Él se acerca por la espalda y la coge por el brazo con fuerza arrastrándola hacia él. Intento reincorporarme, pero antes de que pueda, nuestro héroe me propina una patada que me manda de vuelta al suelo.
- ¡No! - grita ella mientras se deshace de las garras de su supuesto protector para volver a ayudarme.
- No seas estúpida - esta vez le cuesta menos hacerse con ella y arrastrarla hacia la salida del callejón - ¿No ves que puede contagiarte cualquier cosa asquerosa? Olvídate de él, bicho malo nunca muere.
Geraldine... nuestros ojos vuelven a fundirse en una sola mirada. Hay un vacío sin intención, paz y tranquilidad, ninguna pretención, no hay caza, no hay planes, no hay mentiras...
- No te preocupes, ya te he dicho que estoy bien - la tranquilizo mientras dejo que su amigo se la lleve. - Ahora mismo me voy de aquí e iré a que me cosan esto - le digo mientras le enseño la mano. Me doy cuenta de que tengo el pañuelo vendando la herida.
- Quédatelo y aprétalo bien para que no sangres más - me dice - Me alegro que vayas al médico y lo siento mucho, de veras. - Estas son sus últimas palabras antes de desaparecer arrastrada por su amigo.
Geraldine... Geraldine... Geraldine...
Me reincorporo, estiro todo mi cuerpo y me alzo al cielo en un grito sordo. No emito ningún sonido pero todo mi ser tiembla. Estoy preparado y mi víctima también lo está... aunque no lo sepa.