Sin ganas recorre el camino desolado. Las monañas áridas y desiertas no son más que un mar de polvo en suspensión. Las nubes no permiten pasar la luz del día, las tinieblas se apoderan del lugar. El entorno que le rodea no es el más favorable, pero a él no parece preocuparle. Sigue su camino, sin pausa, decidido a llegar hasta el final. Sus ropas han ido desapareciendo tras infinitas batallas. Solo unos trapos consiguen resguardarle, el resto no es más que roña pegada al cuerpo. Suda por cada uno de sus poros. Avanza sin contemplaciones. El camino es cada vez más estrecho.
Ya está ahí, donde debe estar, o simplemente hasta donde puede llegar. Un acantilado. Mira hacia el cielo. Las nubes se abren ante él. Ve el sol por primera vez en mucho tiempo, aún así permanece inalterable ante el destello lumínico en su rostro. Está preparado, nada puede deternerlo. Del cielo desciende una majestuosa ave. Sabe lo que hacer. Extiende su brazo. El animal reposa sobre él y recoge sus alas. Emite un graznido al infinito y le mire directamente a sus ojos. Ambos permanecen detenidos en el tiempo. Sus miradas se convierten en una intensa transmisión de datos sensoriales más allá de lo comprensible. De repente, en un ágil movimiento realizado en apenas un segundo, él saca un cuchillo de su espalda mientras agarra al animal por el cuello. Este intenta huir, pero le resulta imposible. En una demostración de destreza le corta la cabeza de un solo golpe. La tira al suelo y alza el cuerpo aún caliente. Lo gira desde arriba hacia abajo, haciendo que su sangre caiga sobre él. Abre la boca y bebe todo lo que puede. Ya está hecho. La transformación ha quedado consumada. Se despoja de todo y una vez desnudo grita al sol dando rienda suelta a toda su furia contenida. Seguidamente, sin pensarlo dos veces, salta al vació.
La leyenda dice que una vez consumida la sangre de los dioses, el elegido volaría hasta el fin del mundo. Este sería el último paso que daría comienzo a un nuevo ciclo, una nueva era.
¿Quien dice que el fin está cerca?
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