jueves, 28 de febrero de 2013

Envuelto en ti - Parte I


Tiempo atrás fui aquella persona que deseé. Estuve cerca de conseguirlo, de alcanzar la meta que siempre me propuse, pero por caprichos del destino acabé en la calle. Quizás habría que afinar un poco más y llegar a la conclusión de que el destino no tuvo nada que ver, más bien mis ansias de vivir más allá de mi propio ser.

Rodeado de comedidos lujos, cálidas sonrisas y efusivos abrazos de falsa cordialidad, mi vida iba desenvolviendo un hermoso tapiz de imágenes para el recuerdo. Cualquiera podría envidiarme con toda la razón del mundo, pero una vez finalizado el día, bajos mis frías sábanas de cuya marca soy (gracias a Dios) incapaz de acordarme, me daba cuenta de lo vacío que me sentía. Una enorme sensación de vértigo ante la sola visión de lo que era me dejaba inválido y con un extraño sabor a hierro en mi boca. La ansiedad se apoderaba de mi hasta que comenzaba a llorar y abrazaba las almohadas como si mi vida dependiera de ello.

Fue así como un día, hastiado de mi mismo y de todo lo que me rodeaba, decidí coger únicamente lo que llevaba puesto y comenzar a caminar por las calles sin detenerme a mirar hacia atrás. Lo que comenzó como un paseo, terminó como un abandono del hogar, el comienzo de una memorable aventura en la que sin darme cuenta había comenzado a descubrirme a mi mismo.

Tras el primer mes sin rumbo fijo, una luz guió mis pasos. Apareció de repente, cual faro avisor que señala el camino a seguir a un barco en alta mar a punto de hundirse en una tormenta nocturna. Ella fue mi luz y por el resto de mis días me acompañará allá a donde vaya.

Mi primer encuentro con la felicidad ocurrió una fría tarde de invierno. Yo deambulaba por las calles del centro entre la marea inhumana de ciudadanos de a pie. Para mi todos poseían el mismo rostro, mismas facciones, mismas miradas vacías clavadas en el horizonte no más allá de sus propias narices. La ciudad rugía a mi alrededor hasta que un vacío alentador se apodero de mi. Todo gracias a unos pequeños ojos oscuros acompañados de la sonrisa más luminosa que podría existir en la faz de la tierra. Y allí estaba yo para recibir tremendo impacto. Me detuve en plena calle provocando que todos a mi alrededor tropezasen conmigo y refunfuñaran dedicándome todo tipo de adjetivos no venidos a cuento.

Tras unos instantes pude reaccionar y lo único que hice fue ser fiel a mis instintos, seguirla...

viernes, 22 de febrero de 2013

Flashforward


Quizás pueda imaginar el día en el que el fuego se acabe. La sola visión de lo que pudiese acontecer congela mi posibilidad de proyección en el tiempo. Es extraño pensar en la dualidad de tan curiosa circunstancia. Los acontecimientos te empujan a confrontar tu propio destino de forma inconsciente y prematura. El tiempo se toma su tiempo, pero no por ello dejan de ocurrir.

Una vez envuelto en la dirigible sensación de olvido, todo mi cuerpo ejecuta cada uno de sus movimientos de forma irregular. La consciencia de sensación tridimensional me invade por cada uno de mis costados. Me siento mareado. Demasiadas luces en la oscuridad...

Me evado de las letras buscando el espacio en blanco. Pero acabo volviendo una y otra vez.