viernes, 27 de noviembre de 2009

La incesante búsqueda de lo primordial

Photobucket

Oscuras láminas de cristal fluorescente caían desde el cielo. Su brillo, apenas perceptible, no presagiaba nada bueno para esa noche. Aún así, no dejaba de ser un espectáculo maravilloso. En el interior de mi auto estaba a salvo, pero todos aquellos peatones que deambulaban sin rumbo fijo a altas horas de la madrugada no sabían lo que se les venía encima. De golpe, todos los cristales fueron deshaciéndose en pequeñas partículas, quedando un polvo estelar que fue aterrizando sobre cada uno de ellos. El auto se impregnó de dicho brillo mortecino, mientras que todos aquellos que se encontraban en el exterior no pudieron dejar de aspirarlo. De repente, todo quedó paralizado. Todas las personas que andaban al aire libre cayeron derrumbadas. Muchos se abrieron sus cabezas contra el suelo, otros tantos desaparecieron por las escaleras del metro y algunos incluso se precipitaron desde sus balcones.

Esperaba este momento, sabía que sucedería y lo que ahora tenía frente a mi no era más que una imagen digna del infierno de Dante. Un silencio atronador invadía la ciudad. Todo había dejado de funcionar. Abrí la guantera y cogí la máscara de gas. Una vez puesta, salí del coche y comencé a caminar entre los cuerpos. Muchos aún respiraban. Seguí indagando hasta que por fin di con ella. Aún estaba viva. Cogí su bolso y lo vacié en el suelo. Después de tanto tiempo, ahí estaba. De una vez por todas lo había encontrado. Lo guardé con mimo en mi bolsillo izquierdo. Ya había finalizado mi misión. Ya no tenía sentido seguir aquí.

Volví al coche y me subí al techo. Desde ahí solo tuve que estirar mis brazos al cielo. Un enorme haz de luz cayó sobre mi cubriéndome al completo. Note como mi forma humana comenzaba a desintegrarse. Ni tan siquiera sentía dolor, más bien un incómodo cosquilleo que penetraba en cada una de mis células.

Ahora ya no soy lo que era, tampoco sabría decir muy bien lo que soy, ni mucho menos donde estoy. Lo que si se es que conseguí aquello que buscaba y aún me queda un enorme camino por recorrer...

lunes, 16 de noviembre de 2009

Hagamos algo absurdo

Photobucket

Subía las escaleras y sus pensamientos comenzaban a tomar una forma concreta. Las volvía a bajar y algo comenzaba a ser preciso en su consciente. Ya en la calle los primeros rayos de sol confirmaban lo que era su pensamiento actual. Su toma de consciencia fue arrolladora, más que por su propio peso por su enorme claridad. Era algo evidente que no había alcanzado a comprender, más que nada porque la situación era la que era y no necesitaba ninguna explicación para seguir disfrutando de aquel momento tan dulce. Por una vez en la vida las emociones habían quedado atrás, se habían tomado unas largas vacaciones en las que él pudo vivir con total normalidad. Aún así, todo había sido extrañamente ajeno. Era su propia vida la que corría, era su propio cuerpo el que disfrutaba, su cabeza se lo repetía una y otra vez, pero nunca dejó de sentir que estaba viviendo de prestado.

Ya en el autobus pudo hacerse con un asiento desde el cual contemplar como la ciudad iba cobrando vida en su que hacer diario. Maravillado, no podía dejar de pensar en lo mismo. La cuestión es que no se sentía mal por todo aquello que había dejado de sentir y disfrutaba con esta nueva vida que, sin darse cuenta, él mismo había decidido vivir. Todo había salido según lo planeado, según sus propios deseos, pero ahora mismo no estaba seguro de que eso fuese exactamente lo que deseaba.

El resto del día lo pasó en la oficina, trabajando y dándole vueltas a todo esto. No profundizó demasiado en el tema, pero si que aclaró sus propios pensamientos al respecto. Hasta ahora había conseguido que todo fuese lo suficientemente superficial como para disfrutar de ello y no recaer en ninguno de sus pozos negros.

Una vez en casa se dispuso a cumplir con cada una de sus rutinas. Al finalizar se tomó un largo baño. El agua y su cuerpo desnudo, ninguna mentira podía existir en ese momento. Cada una de sus cicatrices le hablaban, le hacían sentir la realidad de su existencia, la verdad de su ser y esto le gustaba. Verse reflejado y reconocerse, admitir la venerable evidencia de lo que somos. Esto siempre le había fascinado.

Una vez pasada la medianoche, como últimamente había acostumbrado a suceder, llegó ella. Ambos se saludaron con cariño comedido, un beso simple pero enorme. Ninguno de los dos quiere reconocerlo, evitan conversar sobre cualquier tema que tenga que ver con su situación actual. Solo están dispuestos a disfrutar del momento, de sus cuerpos, de su compañía, de las infinitas caricias que se suceden hasta caer rendidos por el sueño. Todo queda oculto tras las dulces sonrisas que se regalan el uno al otro, pero el miedo no deja de estar presente. Es un invitado más, pero de acción externa. Al final no deja de ser un mero espectador, un árbrito que les recuerda que no pueden ir más allá. Su relación tiene fecha de caducidad y ambos lo saben, de hecho han sido ellos mismos los encargados de sellarla. Esto no parece preocuparles y, a fin de cuentas, es lo que importa.

Hacen el amor, conversan, ríen y se acarician por el resto de la noche, dejando que el silencio los aturda poco a poco, pero esta noche sería diferente.

- Hagamos algo absurdo - susurra él rompiendo el silencio.

- ¿Cómo?

- Hagamos algo absurdo - vuelve a repetir a la vez que se gira hacia ella y le acaricia el rostro.

- ¿A que te refieres?

- Amémonos, aunque solo sea por esta noche...