viernes, 26 de marzo de 2010

Cuando todos me escuchaban y no quise hablar

Photobucket

El sonido me abstrae por completo de lo que me rodea, pero eso no impide que siga pensando en ti. No puedo entender como la sangre no deja de fluir. Mi sudor se mezcla con el fluido vital. El resultado es demoledor. Pálido, totalmente mojado, el pelo cubriendo mi rostro y lo único que se puede ver... sangre. No es correcto y mucho menos justo, pero si, es una realidad. Aquí estoy, subiendo las escaleras a cuatro patas en busca de una bocanada de aire que llene mis pulmones. Por fin logro salir y mi boca abierta consigue llegar a límites insospechados. Aire, aire y más aire, mis ojos parecen salir de sus órbitas y mis poros echar vapor como si de una locomotora se tratase. Me apoyo en la pared. En pocos segundos soy consciente del violento frío. Mi sudor y la ropa impregnada hacen el resto. Me toco la nariz y compruebo lo que ya sabía. En ese preciso instante, cuando observo mi propia sangre, el sonido desaparece. No hay música, no hay urbe que exista en mi haber, solo los latidos de un corazón, el mío, que late haciéndome comprender que no soy más que un animal asustado que corre hacia la boca del lobo. No puedo evitar reirme ante dicha conclusión. Me atrae el miedo, tanto como me repele. Me reincorporo como puedo, me retiro el pelo de la cara y mirando hacia el interior del local escupo en el suelo. Me voy.

- ¡Ey amigo! ¿Tienes un cigarro? - el joven que requiere de mi bondad se sorprende al ver mi aspecto real.

- ¿Que coño te hace pensar que soy tu amigo? - le miro directamente a los ojos sin ejecutar ningún tipo de expresión. Apenas puedo sentir, apenas desear.

- Lo siento, disculpa - me dice mientras retrocede con intención de alejarse de mi. Antes de que pueda marcharse lo agarro con fuerza por la camisa.

- ¿Pero que coño haces? - grita asustado mientras intenta deshacerse de mi. Busco en mis bolsillos y consigo sacar un cigarro. Se lo doy.

- No, no hace falta, gracias - está completamente acojonado y en su mirada veo a un pájaro deseoso de volar para huir de su predador.

- Gilipollas - le digo muy calmadamente - ahora mismo vas a coger este puto cigarro.

No sabe muy bien como actuar. Mira a sus amigos en busca de ayuda. Estos no reaccionan, no se atreven a intervenir. Lo vuelvo a zarandear para que me preste la atención que merezco. Parece que está apunto de llorar. Alza una mano temblorosa que recoge el cigarro como si fuese un tronco de abeto.

- Gracias

Saco el mechero para encenderlo.

- No, no... está bien... lo quiero para luego.

Puedo oler su miedo, podría incluso decir que se ha cagado encima. Permanezco inmovil, apretando cada vez con más fuerza, mirando sus ojos, como penetrándolos hasta lo más profundo de su ser.

- Está bien - se pone el cigarro en la boca y le doy fuego. Tras la primera bocanada de humo lo empujo con fuerza hasta casi tirarlo al suelo.

- Gracias tío - me dice mientras se une a su grupo de maricas. Su paso se acelera y la camada de cachorros desaparece en la noche fria.

Como adoro esta ciudad. Inspiro profundamente, rebusco entre mis pulmones y vuelvo a escupir al suelo. Es momento de volver a casa.

jueves, 11 de marzo de 2010

Rodrigo Contradigo vs. Contra Dicción

400 anch.

Esperas, lejanías, ausencias... nada de esto es y la mentira se abastece de mi. Negativas y dulces palabras en el denso aire a la espera de una rafaga que, irremediablemente, alejará de mi toda duda ¿o no? Dudas... me pregunto si realmente dudo. Lo que está claro es que de mi mismo no dudo pero... ¿y de los demás? Me digo que no, creo en las personas, quiero creer en sus palabras, y de hecho lo hago, pero lo que la experiencia me ha enseñado es que, por mucha buena voluntad que se ponga, hasta que los hechos hablen por sí solos no debes de creerte nada al 100%. Y ahí estamos, creyendo, confiando, pero siempre atento a lo que pueda pasar.

Me dejo ir, crezco con el dulce aroma que me rodea, nada puede enturbiarse, no ahora. Me lanzo de cabeza y con ojos cerrados, se que no puede pasar nada y si pasase estoy preparado para levantarme y seguir mi camino. Nada es para siempre, esta premisa fue lo último que aprendí por las malas y me lo repito una y otra vez.

Las personas somos inestables por naturaleza y más en el campo emocional. Es por ello que por mucho que queramos no podremos fiarnos de nadie, ni tan siquiera de nosotros mismos. Somos lo único que tenemos, eso es algo seguro.

Aún así te busco en cada esquina, te huelo allá por donde voy, te siento junto a mi y a veces, he de reconocerlo, temo de esta continua falta de miedo... divertida contradicción, temer a no tener miedo... eso es el ser humano, eso es lo que somos, la eterna contradicción.

viernes, 5 de marzo de 2010

Juntos en el camino

Photobucket

Un nuevo mes acontece y nace bajo la inmensa luz de un nuevo porvenir. Gestándose durante un tiempo ya de por si considerable. Nunca se apostó por ello en el futuro. Se antojaba caprichoso y únicamente importaba disfrutar cada segundo que pasase. Así se hizo y así la felicidad no pudo escapar. Sonrisas y ojos brillantes, naturalidad extrema junto a la contención de dos desconocidos que se conocen cada vez más. Un falso intento por alejar toda probabilidad de continuidad y no se habla más del tema. Pero claro, todo dulce acaba por salir de su envoltorio y así fue. Llegaron los días finales y el fin solo fue el principio. Las burbujas ascendían hasta llenar el cielo de colores y ebrios de felicidad el compromiso se hizo realidad.

Ahora, en la distancia, cada vez están más unidos y solo rezan porque los días pasen como hojas de calendario llevadas por el viento. Estamos ahí, juntos en el camino... llegó el momento.