lunes, 16 de noviembre de 2009

Hagamos algo absurdo

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Subía las escaleras y sus pensamientos comenzaban a tomar una forma concreta. Las volvía a bajar y algo comenzaba a ser preciso en su consciente. Ya en la calle los primeros rayos de sol confirmaban lo que era su pensamiento actual. Su toma de consciencia fue arrolladora, más que por su propio peso por su enorme claridad. Era algo evidente que no había alcanzado a comprender, más que nada porque la situación era la que era y no necesitaba ninguna explicación para seguir disfrutando de aquel momento tan dulce. Por una vez en la vida las emociones habían quedado atrás, se habían tomado unas largas vacaciones en las que él pudo vivir con total normalidad. Aún así, todo había sido extrañamente ajeno. Era su propia vida la que corría, era su propio cuerpo el que disfrutaba, su cabeza se lo repetía una y otra vez, pero nunca dejó de sentir que estaba viviendo de prestado.

Ya en el autobus pudo hacerse con un asiento desde el cual contemplar como la ciudad iba cobrando vida en su que hacer diario. Maravillado, no podía dejar de pensar en lo mismo. La cuestión es que no se sentía mal por todo aquello que había dejado de sentir y disfrutaba con esta nueva vida que, sin darse cuenta, él mismo había decidido vivir. Todo había salido según lo planeado, según sus propios deseos, pero ahora mismo no estaba seguro de que eso fuese exactamente lo que deseaba.

El resto del día lo pasó en la oficina, trabajando y dándole vueltas a todo esto. No profundizó demasiado en el tema, pero si que aclaró sus propios pensamientos al respecto. Hasta ahora había conseguido que todo fuese lo suficientemente superficial como para disfrutar de ello y no recaer en ninguno de sus pozos negros.

Una vez en casa se dispuso a cumplir con cada una de sus rutinas. Al finalizar se tomó un largo baño. El agua y su cuerpo desnudo, ninguna mentira podía existir en ese momento. Cada una de sus cicatrices le hablaban, le hacían sentir la realidad de su existencia, la verdad de su ser y esto le gustaba. Verse reflejado y reconocerse, admitir la venerable evidencia de lo que somos. Esto siempre le había fascinado.

Una vez pasada la medianoche, como últimamente había acostumbrado a suceder, llegó ella. Ambos se saludaron con cariño comedido, un beso simple pero enorme. Ninguno de los dos quiere reconocerlo, evitan conversar sobre cualquier tema que tenga que ver con su situación actual. Solo están dispuestos a disfrutar del momento, de sus cuerpos, de su compañía, de las infinitas caricias que se suceden hasta caer rendidos por el sueño. Todo queda oculto tras las dulces sonrisas que se regalan el uno al otro, pero el miedo no deja de estar presente. Es un invitado más, pero de acción externa. Al final no deja de ser un mero espectador, un árbrito que les recuerda que no pueden ir más allá. Su relación tiene fecha de caducidad y ambos lo saben, de hecho han sido ellos mismos los encargados de sellarla. Esto no parece preocuparles y, a fin de cuentas, es lo que importa.

Hacen el amor, conversan, ríen y se acarician por el resto de la noche, dejando que el silencio los aturda poco a poco, pero esta noche sería diferente.

- Hagamos algo absurdo - susurra él rompiendo el silencio.

- ¿Cómo?

- Hagamos algo absurdo - vuelve a repetir a la vez que se gira hacia ella y le acaricia el rostro.

- ¿A que te refieres?

- Amémonos, aunque solo sea por esta noche...

2 comentarios:

Ros dijo...

me repito mucho cuando paso por aquí pero es que salgo encantada. Qué bonito.

El mejor profeta del futuro es el pasado dijo...

;)