lunes, 4 de enero de 2010

Abstracción discontínua

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Irrisorio estado de enfado. Oscuro velo de coaguladas sensaciones de incertidumbre. Navegar entre natillas, andar con épico esfuerzo a través del fango, ahogarse en nubes de azucar... dulce, amargo, blanco y negro... quedarse en un punto intermedio donde la oscuridad intenta hacerse con el control, pero no ocurrirá, es un hecho.

Un enorme gato, tres palmos más grande que yo, me espera a escasos metros de mi. Me sonríe y espera mi llegada. Algo me quiere decir.

- No te fies de ningún perro, amigo, son todo falsedades, no querrá nada bueno y cualquier mal que pueda relizar sobre tu persona será llevado a cabo - estas son sus palabras al llegar a su lado. Lo observo con desconfianza y sigo mi camino - ¡¡Miaaau!!! - es lo último que escucho al dejarlo atrás. Me viro y veo como lame sus patas mientras me observa sonriendo.

Al girarme no existe nada. Todo es blanco. No hay suelo, no hay paredes, ni techo, ni tan siquiera cielo. Todo es blanco, firme y uniforme. Sigo caminando hasta que comienzan a aparecer sombras indefinidas de la nada. Se dirigen hacia mi y respiraciones varias se acumulan a mi alrededor. Me detengo. Miro al suelo y un perro negro se encuentra sentado observándome. Su lengua está fuera, su respiración es acelerada y sus ojos desbordan alegría. Recuerdo las palabras del gato. No se que pensar, todo es tan irreal... El perro coge algo del suelo y lo suelta sobre mis pies. Es un simple palo. Se reincorpora a la vez que su mirada va del palo hacia mi. Ladra. Una vez, dos veces. Por fin me decido, nada malo puede pasar. Cojo el palo y lo lanzo con toda mi fuerza hacia el infinito blanco sin fin. El infinito es finito y mi lanzamiento quiebra en mil pedazos el impoluto blanco como si de un cristal se tratase.

Camino ante la nada y mis pies desnudos sangran. Ante mi un cielo que en cuestión de segundos pasa de la noche al día y así sucesivamente. El tiempo pasa inexorable, sin perdón, sin pasión, sin esperar por nada ni nadie. Es inocuo, intolerante, intransigente, sin nigún don de gentes.

El cielo desaparece y una enorme boca de mujer hace acto de presencia. Una sonrisa kilométrica se despliega ante mi. Su forma cambia a un gigantesco beso. Siento su aliento fresco y renovado en mi rostro. Corro y salto hacia su labio inferior. Me agarro con fuerza. Su textura, carnosa y suave, me produce una enorme satisfacción. Se entreabre y su lengua me recoge en un armonioso relamir. Estoy dentro.

Nunca la osuridad fue tan bella. Servir de alimento, servir de sustento. Todo un placer para un simple sujeto. Pero... ¿quien habla de simpleza cuando se trata de mi? ¿Acaso yo mismo? Imposible, esto no es real.

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