jueves, 17 de diciembre de 2009

Días presentes en el olvido eterno

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La calma del océano me sorprende. No hay movimiento alguno y tanta paz, para ser sincero, no me tranquiliza. Mi piel se eriza ante un futuro inminente, mis entrañas se revuelven ante algo que está por suceder. No me digais como, pero estoy seguro de que algo va a ocurrir. Aún así, el barco se mece plácidamente en un día soleado, donde el suave susurro del mar me adormecería en cualquier otra circunstancia. Mi piel, antaño blanquecina como la sal, está dorada y brillante. Mi cuerpo, algo más flaco que de costumbre, no es más que fibra tras la ausencia de buena comida y el exceso de actividad física.

Ella se encuentra en el camarote, durmiendo, como siempre. A veces me pregunto como diablos me he embarcado en este viaje. Intento no pensar en las consecuencias, ni tan siquiera esperar nada a cambio. Mi filosofía es tan simple como hacer aquello que deseas. Intento no pensar demasiado, eso nunca me dio buenos resultados y parece que su ausencia funciona. A fin de cuentas, en esta vida no podemos andar mendigando, haciendo trueques emocionales, esta vida no es más que eso... vida, y como tal hay que vivirla sin ningún tipo de contemplación, pase lo que pase. Por ahora puedo decir que el resultado es positivo. En estos momentos el vaso se encuentra medio lleno, puede que en pocos meses esté medio vacío, pero como siempre, eso dependerá del punto de vista que quiera y pueda darle.

Me dispongo a elevar el ancla para continuar nuestra travesia cuando de repente un fuerte golpe me sobresalta. Me dirijo hacia su procedencia y no puedo dejar de sorprenderme al encontrarme una enorme gaviota muerta en el suelo. De su boca sale sangre y sus alas están totalmente abiertas, como si de un jesucristo alado se tratase. Miro hacia el cielo y no hay ningún ave a la vista. Me resulta extraño, una enorme tranquilidad invade el lugar, apenas hay movimiento a mi alrededor, solo el mar y las nubes bailan para mi. Observo nuevamente a la gaviota. La sangre fluye formando un pequeño charco. Me agacho y me dispongo a recogerla para tirarla al mar cuando de repente bate las alas con fuerza. Mi sorpresa es tal que doy un salto hacia atrás desplomándome en el suelo. La gaviota se reincopora con total naturalidad. Una vez en pie observa su propia sangre en el suelo y restrega su pico como si intentase recuperarla. En ese preciso instante parece caer en la cuenta que tiene compañía. Se gira hacia mi y me observa. Sus ojos se clavan de forma intensa en los míos. Nunca pensé que un animal, concretamente un ave, pudiese transmitir tal grado de humanidad. Nada existe a nuestro arededor, solo ella y yo. Da dos pequeños pasos hacia mi y mi primer impulso es alejarme. Aún así, me mantengo inmovil, lleno de curiosidad y a la espera de que suceda algo. Ejecuta un pequeño movimiento de cuello hacia su izquierda. Me estudia con detenimiento y curiosidad. estoy seguro que si tuviese voz tendría algo que contarme. De repente, en un violento instante, bate sus alas con fuerza y se impulsa para volar. Observo como se aleja, volando y planeando majestuosa, libre, única, sin rendirle cuentas a nadie.

- ¿Que ha sido eso?

Nuevamente vuelvo a asustarme, esta vez al escuchar su voz. Probablemente el golpe la haya despertado. No se muy bien que contarle, lo que ha ocurrido ha sido algo extraño, algo demasiado íntimo que no me atrevo a revelar.

- Nada, he tropezado y me he caído - miento vilmente con la primera excusa que me viene a la cabeza.

- ¿Estás bien? - intenta precuparse con los ojos hinchados de tanto dormir.

- Si, si, no te preocupes, estoy bien - la tranquilizo y me reincorporo rápidamente para que se de cuenta de ello - Anda, sigue durmiendo. Ya me encargo yo de la comida - la beso en la frente a la vez que la abrazo. Su cuerpo está caliente y en su rostro aún puedo adivinar las marcas de la almohada. Me sonrío y la vuelvo a besar - Venga, a calentar la cama, no vaya a ser que te eche de menos.

- Creo que tienes razón - me responde con los ojos cerrados y una dulce sonrisa que me conmueve. Su inocencia es tal que nada podría reprocharle.

Me vuelvo y miro hacia el cielo. El sol brilla sobre mi rostro, duro y reconciliador. Esta es mi vida, estás son mis próximas horas, mi única realidad...

2 comentarios:

Ros dijo...

es atmosférico a tope. me ha gustado si señor... :)

Alabinbonban dijo...

por favor, haz una segunda entrega en la que alguien se digne a limpiar esa sangre, que me está poniendo negra imaginarme esa cochinada ahí resecándose, las moscas, el salitre, y la piba que resbala y se desnuca...

ay!, que se me va la pinza! que me ha encantado, como siempre, que leyéndolo uno casi nota el vaivén de las olas!